“El mundo actual nos interpela a reflexionar sobre lo que significa: ser felices. Inteligencia Espiritual o Existencial.”
Como padres de familia queremos que nuestros hijos sean felices, pero nos hemos preguntado, ¿qué es la felicidad?; como docentes, como institución educativa, ¿nos compete resolver o trabajar en este deseo?
Partimos de la afirmación de que la familia es el centro de la sociedad y que como tal, es el contexto en el cual se desarrollan nuestros estudiantes y con el cual llegan a nuestras aulas. No podemos separar a la familia de nuestra responsabilidad como docentes y como parte de una institución educativa. El acompañamiento, la orientación, que podamos llevar a cabo, contribuirá en el bienestar de nuestros estudiantes y favorecerá el entorno para el aprendizaje.
La sociedad tiene objetivos definidos, la escuela tiene objetivos definidos y nos preguntamos si las familias tienen objetivos definidos. Nuestros estudiantes se nutren de la visión de sus familias, nos referimos a un sistema de creencias, de valores, que le dan sentido a cada una de las acciones que realizan o que dejan de hacer.
La felicidad según Aristóteles es el fin universal del ser humano, es un anhelo que reside en el corazón de todas las personas. Para Víctor Frankl (2008) en su libro sobre el sentido de la vida, explica que la felicidad se halla en encontrar un propósito. Desde la mirada educativa, el desarrollo de la personalidad, la autorrealización y el conocimiento de sí mismo, son de vital importancia para alcanzar la felicidad. Estos aspectos los encontramos en el diseño curricular del Ministerio de educación, en el área de personal social y desarrollo personal.
Algunos autores ubican estas capacidades dentro de la dimensión afectiva del ser humano, desvinculándola a veces de la esfera cognitiva. Howard Gardner ubica estas potencialidades del ser humano, dentro de lo que ha denominado como inteligencia interpersonal e intrapersonal y la inteligencia existencial.
Por su parte Daniel Goleman (2012) en su libro el cerebro y la inteligencia emocional, estructura el concepto de inteligencia emocional desde la autoconciencia, la conciencia social, la autogestión y la gestión de las relaciones.
En la Pirámide de las necesidades humanas de Abraham Maslow (2018), la autorrealización es un estado espiritual que favorece el desarrollo de la creatividad, uno se siente feliz y en consecuencia, es más tolerante, tiene un propósito y una misión. Torralba (2011) afirma que la inteligencia espiritual o existencial o trascendente, es una capacidad interior del ser humano, que sólo es visible cuando “se actúa”. Ésta se cultiva o desarrolla, y contribuye en la resolución de problemas, llevándonos a ser felices de una manera profunda y duradera. El autor la presenta como un eje fundamental en la construcción de la personalidad porque recae directamente en la esfera de lo trascendente en el hombre, tiene que ver con el sentido de la propia existencia, que va más allá de las creencias.
Es necesario relacionar los conceptos presentados y establecer un esquema de lo que implica la inteligencia espiritual, para definir y sustentar cómo ésta se relaciona con la familia.
Partimos del concepto de inteligencia emocional que implica el desarrollo de la inteligencia interpersonal y la inteligencia intrapersonal. Esta última significa fomentar la autoconciencia (conocimiento de sí mismo, autorrealización y desarrollo de la personalidad) y la autogestión. Las cuales correlacionalmente permiten el fortalecimiento de todo lo que supone el sentido de la vida orientado a conseguir la felicidad.
La inteligencia espiritual comprende el desarrollo de la inteligencia emocional en sus dos dimensiones, tanto personal como social y no se queda sólo en el reconocimiento del YO, va más allá, incluso del reconocer al OTRO. La felicidad no se consigue sólo desarrollando lo emocional, nos referimos a la capacidad de trascender tanto en lo físico como en lo material, a tener estados de conciencia elevados y emplear recursos espirituales para solucionar problemas. Wolman (2020) la define como “la capacidad humana para hacer preguntas sobre el significado de la vida y experimentar la perfecta conexión entre cada una de las personas y el mundo en que se vive”. Estos aspectos posibilitan que uno pueda construir un proyecto de vida, interpretar la realidad y comprender con sabiduría los diferentes sucesos de la vida.
Es en la familia donde desarrollamos nuestra inteligencia emocional, la forma en que nos relacionamos con nuestros padres y con nuestros hermanos y la forma en que vivimos nuestra niñez; serán la base para muchas respuestas que damos a la vida en nuestra adultez.
En la niñez aprendemos a ser conscientes de nuestras emociones y de las de los demás. Incluso podemos aprender a regular nuestras propias emociones, pero los acontecimientos negativos y mal manejados, pueden hacer que nuestra infancia sea la cuna donde se gesta el desamor, y en vez de aprender a amar y ser amados, aprendemos a desconectarnos de nuestras emociones.
Torralba señala las características propias de una persona espiritualmente inteligente, aquí las presentamos añadiendo los aspectos necesarios para fomentar el desarrollo de las mismas:
Dentro de las características presentadas encontramos las tres dimensiones de la inteligencia espiritual: la conductual, la cognitiva y la afectiva. Y todas llevan un común denominador. Un ejemplo de ello:
Identifica lo que lo une a las otras personas.
- Conocimiento espiritual: Búsqueda de sentido
- Contingencia: Sencillez
- Vivencia espiritual: Paz interior
El común denominador es el sistema de valores, de creencias que mueve todas las dimensiones. Según ello le doy sentido a esa relación, reconozco un tipo de sencillez que define mi actuar con el otro y vivo una paz interior respecto a mi interacción con el otro.
Todo lo señalado en las características y necesidades para desarrollar la inteligencia espiritual, precisa de LO TRASCENDENTE, LO SUPERIOR. El término “espiritualidad” significa “aliento”, acción del Espíritu en el ser humano, está relacionado con lo sagrado y lo divino. Tiene que ver con someterse a algo superior.
La espiritualidad ciertamente, no se condiciona a practicar una religión o a tener una creencia en particular, no le pertenece a una religión, sino al ser humano. Así mismo, no podemos hablar de espiritualidad si no hablamos de transformación, aquella que se produce en la mente y en el corazón, la espiritualidad por eso tiene que ver con una experiencia final, no se queda en las ideas. Es una dimensión que, al incluir cuestionamientos sobre el sentido y propósito de la vida, busca lo trascendente, valores, los cuales pueden incluir o no creencias religiosas.
Ser espiritual hoy, para mí, tiene que ver con ir hacia el encuentro con Jesucristo. Uno no es espiritual porque lea mucho o estudie sobre temas profundos, sino porque a partir de ello, con la acción del “espíritu”, se entrega al otro, respeta al otro, promueve al otro. Y en la historia de Jesucristo encontramos como esto se hace realidad, por eso el cristianismo es revelación, es seguir a Cristo. Esta revelación le da la base de lo trascendente, construye este común denominador.
Desde la práctica pedagógica, proponemos:
- Un espacio dentro de la jornada diaria en las aulas para “reflexionar”. Esto que parece tan sencillo es todo un reto. Vivimos en la cultura del ruido y necesitamos “promover” espacios de silencio, que le permitan a nuestros estudiantes contemplar, asombrarse, de lo que Dios ha puesto a disposición del hombre, de cómo se presenta en cada acontecimiento de la vida.
- Un contexto de diálogo para abordar “el sentido de la vida, de sus vidas”, no como un tema aislado, sino en relación a situaciones cotidianas desde cualquier área curricular. A partir de ello verá cómo Dios le presenta su plan de salvación, distinguirá lo relevante de cada paso que da en la vida.
- Vivenciar el arte, la música no sólo como espacio de aprendizaje de técnicas, sino sobre todo como espacio de “sensibilización”, de abrir el espíritu al deleite de una melodía o la expresión gráfica. Este puede ser un medio transversal en cualquier área académica para elaborar productos de aprendizaje. Mostrando a partir de ellos su mundo interior en conexión con lo que Dios dispone como dones, para cumplir su misión como ser humano.
- Realizar deportes siendo conscientes de que a través de ellos se asumen retos, se canalizan y se expresan emociones. Esto implica definir tareas reto dentro de las actividades y que éstas sean personalizadas o por grupos, pero no masivas para toda el aula. Luego de asumir los retos, tener un espacio para compartir lo que ello significó, las emociones, los sentimientos que se vivieron. Reconociendo por la gracia de Dios, sus debilidades y limitaciones, para pedir ayuda con humildad.
- Promover actividades donde los estudiantes puedan ser solidarios en situaciones diversas y con diferentes personas: niños(as) de su edad, adultos, tercera edad. Así como espacios de precariedad económica, de abandono y espacios comunes a ellos, en actividades cotidianas como parte de las acciones que se realizan en la escuela, como limpiar ambientes donde se requiere, apoyar a estudiantes de menor edad que ellos, apoyar en labores de biblioteca y uso del comedor o patio, entre otras. Desarrollando la empatía necesaria para interactuar desde la dimensión de la entrega, como Dios nos invita a vivir el amor al prójimo.
Desde la practica en casa, proponemos:
- Definir un día especial de familia, para conversar, partiendo de situaciones que se hallan vivido en el colegio, en la misma casa o en el vecindario. Por ejemplo, una discusión o un acontecimiento de alegría o de tristeza. Fomentando a partir de estos acontecimientos, el diálogo con el Señor, desde la oración individual o familiar.
- Compartir actividades físicas y artísticas en familia. Jugar juntos en el patio asumiendo retos, apoyándose y tener espacios para bailar o hacer karaoke. Pero no quedarnos en el activismo, sino generar el espacio de reflexión antes, durante y después de la actividad realizada, de manera espontánea y libre. Dejando ver que el Espíritu de Dios concede la alegría necesaria para vivir y compartir en familia.
- Participar como familia en actividades de apoyo social, generando la reflexión antes, durante y después. Si se puede vivir con varias familias, será interesante hacer un espacio para compartir entre ellas, lo que sintieron y vieron. Generando un clima de solidaridad que despierta la caridad desde el “estar para el otro” en medio de las carencias. Entregándose como Cristo, para que “el otro” tenga vida.
- Pasear por el campo, la playa, contemplando lo que la naturaleza nos regala, pedirles que respiren profundamente, que miren el mar por un tiempo en silencio. Luego en casa compartir lo vivido, lo sentido y experimentado. Dar gracias a Dios por la creación, reconociendo la perfección que hay ella.